LA MANO DE CUATRO DEDOS


Dime lo que vez y te diré lo que sientes (el caso BoJack Horseman)

Por Ximena Vazquez Pacheco


Muchas nuevas series de televisión muestran o cuentan con un hilo conductor relacionado a los problemas de salud mental en sus personajes. Girls, Fleabag y Crazy Ex Girlfriend siguen las vidas caóticas de mujeres jóvenes (casi todas blancas y de clase media) con trastornos de personalidad; End of the F**ing World y 13 Reasons Why tienen acercamientos radicalmente distintos, pero igual de intensos a traumas adolescentes; This is Us, Mr. Robot y Homeland están cimentados en la ansiedad, la disociación y la bipolaridad, respectivamente.

Aunque no son perfectos, shows como estos marcan un punto de giro importante alejándose de estereotipos ridículos —las "heroínas trágicas" como Marissa Cooper de The OC, o Jenny Schecter de The L Word, así como los "genios difíciles" como los de Sherlock, House y Dexter— y acercándose a representaciones de enfermedades mentales. Al menos las enfermedades más aceptadas socialmente.

Y aquí es donde entra BoJack Horseman: un dramedy en dibujos animados sobre un caballo famoso que cambió todo.

BoJack Horseman se estrenó en Netflix en 2014 y trata sobre una excelebridad desmedida que fuma demasiado, bebe demasiado, tiene sexo con cualquiera y en general es terrible. Un Charlie Harper equino, básicamente. En un primer vistazo, la serie es una sátira astuta de Hollywood en la que humanos y animales antropomórficos conviven por razones que desconocemos. Cuenta con su cuota de comedia física, referencias a la cultura pop y con un personaje destacado que en realidad son tres niños en una gabardina pretendiendo ser un adulto. Pero BoJack no cae en las mismas fórmulas que otras comedias animadas para adultos —Bob's Burgers, Rick and Morty, The Venture Bros— cuyos momentos emotivos y fuertes suelen estar distanciados entre sí, o mitigados por un tono "machito". Hay una honestidad y una compasión que mantienen a BoJack aterrizado mientras abarca temas que van desde la adicción hasta la infertilidad, y eso la destaca; no solo dentro de la animación, sino dentro de toda la televisión.

Después de su segunda temporada, The New Yorker la llamó "una de las [series] más sabias, y más ambiciosas emocionalmente" de la actualidad. Pero su impacto se resume mucho mejor con uno de los comentarios recientes de una compilación de YouTube llamada "BoJack Horseman Top 10 Depressing Moments", en la que el usuario simplemente escribe: "Dios mío".

BoJack es diferente porque habita un universo específicamente adulto. Mientras que Adventure Time, Over The Garden Wall y Big Mouth navegan temas existenciales con algo de esperanza y valentía particulares a la infancia, BoJack es el golpe devastador de decepción que nos da la adultez en forma de un dibujo animado divertido. Nos muestra el corredor oscuro sin la comodidad de la luz al final. Después de cinco temporadas de comportamiento cíclico, uno se queda pensando si BoJack —un personaje que se supone debes reconocer, pero no idolatrar— está destinado a repetir la misma narrativa por siempre, de la misma forma que Dale Cooper queda suspendido en muchos mundos, destinado a no salvar a Laura Palmer en ninguno de ellos.

Hay algunas cosas, algunos sentimientos o estados mentales que pueden sentirse tan oscuros que es difícil confrontarlos de frente (valga la redundancia). Uno necesita acolchonarlos con un chiste o un universo ficticio o por medio de palabras saliendo de la cabeza de un yegua con un suéter de lana. Por medio de sus cualidades infantiles, BoJack ofrece cierta seguridad en la distancia a veces requerida para poder comunicar apropiadamente alguna cosa. Pero el miedo encuentra la forma de infiltrarse —siempre lo hace— a través de lo extraño y lo inquietante.

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