LETRAS EN LA BARRA

“Soledad”
Por: Manuel Avilés



Querida Soledad:

¿Sabes? Mis ojos son el testigo perfecto de tu alma con mi alma dentro de una misma existencia. Despertar en el mañana pegado a ti, sentir tus senos tibios chocando con mi pecho al par de una respiración tranquila. Levantarme de la cama mientras beso con suavidad tu mejilla, acariciar tu cabello y darme cuenta, por la resistencia de tu boca al sonreír, que sólo te haces la dormida. Cerrar el hueco de la persiana y frustrar el recorrido del sol incesante en dirección a tu piel. Darme una ducha, vestir mi cuerpo, apretar la corbata a mi cuello mientras te miro por el espejo disfrutando la sacrosanta imagen de tu descanso matutino, bajo una sábana de franela. Salir de la habitación, dejar el desayuno listo para cuando despiertes, abrir la puerta de casa, encender el automóvil y conducir por un camino recto hacia el horizonte que lo único que hace es decirle a mi cabeza que esta mañana, en efecto, te he vuelto a imaginar…te fuiste…ya no estás más aquí.

Pero, ¡qué va! Duele, por supuesto; sin embargo, hay cosas que no van del todo mal; digo, los desayunos fríos no son extremadamente insípidos; el pan tostado y el café casero tienen lo suyo, al menos las calorías ya no serán problema.

¡No más cabellos en la bañera y rollos de papel mal utilizados! ¿Qué necesidad habrá ya de soportar ronquidos estruendosos a media madrugada y abrazos calientes en el cuello cuando tenías pesadillas? ¡Adiós cólicos menstruales y lloriqueos por una película ridícula! Antojos extraños y fantasías sexuales impropias de una mujer de tu talla.

Entre las bolsas de basura del patio delantero me deshice de las zapatillas amarillas que tanto te gustaban, zapatillas que olvidaste en el closet… zapatillas que tanto llegué a odiar. ¡Y qué decir del estúpido perro que adoptamos! Más bien, el perro que me obligaste a adoptar cuando le hayamos a media avenida. Lo menos que pudiste hacer fue llevártelo y abogar un poco por mi deprimente alergia a los caninos.

Tu horrible maquillaje, los aburridos fines de semana en casa de tus padres, los silencios incomodos cuando no había nada que decir, tu pie plano, los asquerosos hot cakes con plátano que nunca te salieron, la forma en que lavabas los trastos, el cactus de la ventana, tu miopía y la caspa de tu cuero cabelludo en el verano.

En fin, mi querida Soledad. Sería una idiotez creer que podría extrañar cada uno de los defectos que, desde que te perdí, comencé a enlistar y hoy te escribo dentro de esta frágil hoja de papel. Es evidente que las detesto y que no afectan en nada el compromiso que me hice de olvidarte hace casi veinte años.

No sé dónde te encuentres, cómo te vaya ni por qué me abandonaste. Sólo quiero decirte que ya no me importa, el tiempo pasa y cada segundo me aleja más del tormento de verte en cada maldito rincón del mundo. Sé que todo va mejor para ti desde que nos perdimos. Te deseo un feliz aniversario.

Atentamente, Juan Carlos.



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