LETRAS EN LA BARRA
“De
patitos”
Por: Manuel Avilés
Seamos claros. Yo le
pregunté si quería saber el final de “Justina” y ella me dijo que sí. Estaba
bien enamorada y le agradaba la literatura viejita, igual que a mí. Yo no
estaba enamorado, pero siempre me ha gustado chingar contando los finales, así que no me
generó conflicto inventarle algo. Nos fuimos al césped de la preparatoria, nos
sentamos, tomé su mano y empecé a hablar.
“Has de saber, querida,
que a mí no me gusta andar de mitotero partiéndole la madre a las novelas
contándoselas a princesas como tú, mas me pesa mucho tu preocupación, esas
ganas inmensas que tienes por saber el final de un libro y la sensatez con que
me lo pides, por ello, sólo por ello, te lo contaré.
La chica, inconsciente de
mi maldad, me escuchaba letra a letra, entre oraciones me interrumpía diciendo
que el sitio era romántico y que le gustaba la forma en que mi cabello ondulado
se deslizaba con el viento de verano. Le callaba y le seguía platicando el
clímax del último capítulo.
-Entrando al templo, el sacerdote la subió al atrio sagrado para
dársela. ¡Ya deja de tocarme la rodilla porque me da comezón!
¡Pinche muchacha! Apenas
quería acabar la frase y sacaba una pendejada que no hilaba para nada con mi
narración ilustre. Empezó a hablar de peras y de guacamole, que una vez vomitó
por la nariz, que sus pies estaban chuecos, que la náusea y no sé qué más.
Inconforme por la
situación, le pedí que dejara de interrumpirme y que pusiera atención porque lo
que seguía era una parte importante.
Es obvio que no me hizo
caso, en lugar de eso se deslizó como sanguijuela ante mi cuerpo y se me lanzó
a los besos. Acelerado, traté de detenerla poniéndole mis manos en sus hombros,
pero era muy fuerte. ¡Claro que no iba a permitir que ese momento se convirtiera
en el beso más feo del universo! Pero era muy complicado. Cuando me di cuenta,
la muy pervertida ya me había desgarrado la camisa y trataba de bajarme el
pantalón.
Me estoy saliendo del
tema, lo sé, pero juro que así sucedieron las cosas. Trataba de recordar las
últimas líneas de la novela para restregárselas en la cara y que supiera el
final de un libro que nunca le sabría delicioso, eso era mi motivo perfecto.
Para que le hago al
cuento, la víctima fui yo. No permití que me violara, porque tengo mi dignidad
y mi corazoncito, pero eso sí, una vez que me dijo que no estaba enamorada de
mí, me dio una palmadita en la espalda y me contó el final de “Julieta”.
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