LETRAS EN LA BARRA
“Bukowski,
el whisky barato de la literatura”
Por: Manuel Avilés
No
recuerdo la hora precisa ni lo que desayuné el día que conocí a Bukowski. Y no
hablo de verlo en vivo, platicar con él o incluso compartir un trago en una
cantina de Nueva York, pues apenas unos meses después de mi nacimiento él ya no
existiría en el plano terrenal. Hablo de enterarme que ese peculiar hombre, de
evidente avanzada edad, iba a convertirse en uno de los escritores que más
admiro, y que sus letras formarían parte de mi literatura predilecta.
Después
de recibir el paquete fuera de mi departamento, abrí la caja con la previa
dedicatoria esquinada y miré la portada de un libro canela. “Erecciones,
eyaculaciones, exhibiciones” por Charles Bukowski, decía, con el rostro de un
sujeto de gesto furioso y mirada profunda; dientes amarillos y pómulos llenos
de arrugas. Me costó un par de minutos encontrar una posición cómoda en el
balcón y descubrí las primeras páginas. Ahí comenzó todo.
Aunque
la fachada del escritor promedio a lo largo de la historia regularmente ha sido
caracterizada por anteojos circulares, traje camaleónico, pipa tipo Bing y
tazas de café por centenares, para el “escritor maldito” la perspectiva de sus
pasiones siempre fue más amplia que una imagen o una moda. Centrado en la
infancia que vivió en Los Ángeles, las desventuras de juventud con sus padres
tradicionalistas, saboteando la
tranquilidad de la ciudad y dejando claro que todo se resuelve con una botella
de alcohol (o por lo menos se olvida), Bukowski encontró en las letras un
desahogo perfecto ante un mundo aburrido y pasajero.
La
vida como escritor del nacido en
Alemania no comenzó de manera formal hasta cumplidos sus 44 años. Tras los
constantes rechazos por parte de diversas editoriales dentro del territorio estadounidense,
cuyo argumento se centraban en la carente calidad literaria de Bukowski, este
trabajó a lo largo de toda su vida como carnicero, mesero de bar, sastre,
ferrocarrilero, recolector, pintor, entre otros.
Bukowski
trazó imágenes bien definidas de los años de locura en su autobiografía “Factótum”, hoy considerada una de las obras
clave del llamado “realismo sucio”. Con novelas que van desde “Mujeres” hasta
“Pulp”, Henry Chinaski, como él mismo se autodenomina en la mayoría de sus
obras, demostró que la estética literaria tiene perspectivas muy complejas que
pueden dirigirse a públicos hambrientos de distinción y variedad. El mundo del
trabajador americano, la inmigración, las delicias de la prostitución y el
mundo del vicio ahogado en más vicio son sólo algunos de sus temas centrales.
Como
cuentista, “La máquina de follar” es su obra mejor conocida. El sexo como campo
de estudio, el bochornoso impacto policiaco en la sociedad y la muerte son
fundamentales en sus textos tan efímeros y a la vez trascendentes, igual que
una resaca de sábado por la mañana.
Irónicamente,
a pesar de haber padecido durante su vida complejos problemas causados por el
consumo de alcohol, Bukowski falleció en 1994 tras una complicación por
leucemia en San Pedro California. Tenía 73 años.
El
legado de Charles Bukowski puede traducirse de diversas maneras y creo
firmemente que ese es el tributo más poderoso que puede hacérsele al escritor
maldito. Aunque el mundo del escritor llama a las fauces de la soledad y mora
en un pozo abismal y obscuro, siempre habrá espuma que anteceda una cerveza
perfecta, y no hay nada más suculento que saborear el último trago.
Bukowski
disfrutó sin medida y cayó sin reserva. Hoy es un escritor reconocido a nivel
mundial y sus obras forman parte del acervo de un género que pretende, sin
llegar a la mediocridad, descartar la estética para rescatar la esencia. “Tome
una porción de Hemingway, añada una dosis de humor, mezcle con un puñado de
hojas de afeitar y varios litros de vino barato, luego una o dos gotas de
ironía, agite bien y léalo al final de la noche: así tendrá el auténtico sabor
de Bukowski” (Neil Baldwin).
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